ÁREA: COMUNICACIÓN 6TO "A"
Queridos niños y niñas iniciamos nuestro Plan Lector con la hermosa obra " OJITO NEGRO Y YO", en esta semana leerán el Capitulo I "LOS ONCE AMIGOS" y contestaran a las preguntas en una hojita para que la ubiquen en su folder del Plan Lector 2020
OJITO NEGRO Y YO
Impreso en Perú1ºedición, Lima, 2011
AUTORA: María Elena Fernández Gómez
CAPITULO I
LOS ONCE AMIGOS
En mi barrio del Callao, en la década de los 70, un grupo de vecinos éramos muy unidos; nos queríamos mucho y hacíamos las travesuras propias de los niños. Nos entendíamos muy bien, casi siempre, pues de vez en cuando, había una que otra discusión o pelea;
¡Ah!, pero luego nos amistábamos y volvíamos a ser tan unidos como siempre.
Nos comprendíamos tanto, que formamos una verdadera pandilla y hasta fundamos un club; el “Club Once Amigos”, cuya misión era la de festejar los cumpleaños de todos los integrantes y con serenata incluida, que la más buenamoza y crecidita del barrio, Bertha, organizaba trayendo su tocadiscos. Y la ganga por un sol mensual, que era la moneda de ese entonces.
Era la época, cuando se podían detener las cosas que se complicaban con un firme: "… ¡chepi!, ¡chepi!...". Y te invadía el aroma de nuestro vecindario, con su sabor a cebada cocida por la cercanía con la cervecería Pilsen. Sus calles antiguas y limpias tenían ese sabor típico porteño que aún conservan. La gente del Callao, tal como ayer, es bastante amistosa, amable, y generosa; de rostro vivaz y andar presuroso, bastante trabajadora; pero también alegre y bullanguera.
Además, organizábamos multicolores festivales deportivos e invitábamos a todos los barrios de los alrededores, allí estaban: las Águilas de Zepita, los Aguerridos de Cochrane, los Leones de Loreto, los Diablos Rojos de Tarapacá, los Enemigos del Trabajo de Venezuela, los Leopardos de Sucre, los Progresistas del Dos de Mayo, la Nueva Sociedad de Sáenz Peña, los Estudiantes de Buenos Aires y los infaltables Tiger’s de Castilla; que éramos los organizadores.
Los Presidentes del club eran los hermanos Blas; Alberto y Carlos los más grandecitos e ingeniosos del barrio porque el local del club funcionaba en su casa. Alberto era blanco, algo delgado, alto, de cabellos negros, de mirada taciturna, bastante sereno y atinado en sus decisiones. En cambio, Carlos era un pelirrojo, colorado y pecoso de mal carácter, pendenciero, irónico, imprudente; pero eso sí, muy aguerrido y juntos se complementaban. ¡Qué tiempos aquellos!, cuando las decisiones importantes se tomaban con un infalible:
“De Tin Marín de Don Pingüé,
Cúcara, Mácara, Títere fue…”
Para llegar a Castilla, si venías de Lima; tenías que tomar el tranvía o la línea del Urbanito y te bajabas en el cruce de Sáenz Peña y Dos de Mayo, avanzando hacia el Correo en L, encontrabas la cuadra cuatro del jirón Castilla, lugar donde vivíamos. Al frente, estaban los restaurantes de la señora Genara y la señora Julia; entrañables amigas que a pesar de la diferencia de edad, mostraban siempre buen ánimo y amistad a toda prueba; cuantas veces se involucraron en nuestras diabluras, alentándonos y apoyándonos como nadie.
El último festival que hicimos, fue en época de carnavales, solicitamos donaciones a todos los vecinos consistentes en: viandas, dinero, gaseosas, polos, cadenetas, trofeos entre otras
cosas para la premiación. Contábamos también con el apoyo de la cervecería que se encontraba cerca e inundaba todo el ambiente con su típico sabor a malta.
Nuestro barrio se unió y todos, todos los vecinos, hasta los más huraños apoyaron a nuestro “club”. Cerramos las calles, pusimos arcos y bancas como estrado, y por fin, el día esperado llegó y demostramos lo unidos que estábamos.
¡Bellos momentos de antaño!, cuando los errores se arreglaban diciendo: “No vale… de nuevo, de nuevo...”
Cuando le tocó jugar a nuestro equipo de Castilla, teníamos una “barra brava” como los equipos grandes, era casi todo el vecindario; con pitos, matracas, tambores, platillos, ovaciones… nos apoyaban y vibraban con nosotros. ¡Qué emocionante!
Pasado un tiempo, ya no éramos once los amigos, sino muchos más, pero el nombre de nuestro “club”, no cambio por decisión unánime. Nuestras reuniones eran los días sábados de tres a ocho de la noche, pero a veces había reuniones de emergencia durante la semana.
Muchas veces no teníamos temas a tratar, pero nos gustaba reunirnos, por el sólo gusto de estar juntos. Nos entreteníamos con variados juegos: formando cocos con cuerdas, damas, quina, el cartero… ¡lo máximo!, era ir con la patota a los juegos mecánicos; como la montaña rusa o las sillas voladoras. ¡Y lo más terrorífico!, era entrar al castillo del terror o al tren fantasma.
Los permisos para salir eran sólo hasta las ocho de la noche, pues teníamos que llegar apurados a ver las recomendaciones de Topo Gigio, antes de ir ¡a la camita!, como decía el ratoncito:
“Hasta mañana si Dios quiere que descansen bien, llegó la hora de acostarse y soñar también, porque mañana será otro día y hay que vivirla con alegría…”.
Tener dinero significaba poder comprarse: frunas, peritas, bombones, rosquitas o chizitos y compartirlo con tus amigos. Si alguien tenía algo rico de comer, bastaba con decir “convi” y te convidaban, dabas un simple mordisco y alcanzaba para todos.
Jugar mundo o a las escondidas, mata gente, monopoly, yo-yo, etc., podía mantenernos felizmente ocupados durante toda una tarde. Pero el fútbol era el deporte favorito de toda la “mancha”. No sólo jugaban los varones, nosotras las mujeres también integrábamos el equipo de fútbol, con nuestra falda pantalón, polo de color blanco y zapatillas blancas de lona que formaba parte de la indumentaria escolar, y pintábamos con témperas, sólo para el festival la cabeza de un tigre. Algunos dibujos salían más grandes que los otros, pero eran nuestros dibujos y nos sentíamos orgullosos de ello.
Entre las chicas estábamos: mi amiga y compinche Luz, la Cuquis, muy precisa y ruda en el ataque; mi prima Ana, la Ojona, así le llamábamos, porque en vez de jugar paraba coqueteando con los chicos, aunque a veces se inspiraba la bandida; su hermana Luzmila, la Gordis, porque era muy flaquita pero efectiva y veloz. Norma, la Salvaje, por ser la aguerrida del equipo, era colosal viéndola como nos abría camino, escudándose con su cuerpo, pocos se atrevían a quitarle la pelota, porque les metía tremendo “foul”. Miriam, la Suavecita, porque armaba cada bochinche, por quítame estas pajas y hasta se trompeaba con los muchachos; siempre estaba en la defensa, hábil e ingeniosa en el juego.
Las pelotas, pitos, arcos y hasta trofeos eran prestados por mi gran amiga Lili, la Llorona, porque le hacía cada berrinche a su papá, cada vez que no quería prestarnos algo, era muy buena para cubrir el arco. Su papá era guardián del Atlético Chalaco, el local del club estaba en Dos de Mayo, a media cuadrita de nuestra casa y yo mi nombre es Malena, jugaba de igual a igual con los chicos, y hasta me los llevaba de encuentro, mi especialidad eran los tiros libres bien calculados y certeros.
Todo ello, gracias al adiestramiento de mis tres hermanos varones; a ellos también les debía, que me enseñarán a bailar el trompo como nadie.
En el barrio era campeona en hacerle quiñes a los trompos de los otros chicos, bailaba el trompo en la mano o hacía voladitas. Ciertamente el trompo me apasionaba.
También integraban el equipo: Yayo el Payasito, que era súper ágil y cabeceador; Carlos, el Sabelotodo, era siempre el capitán del equipo; preciso, calculador y contundente. Mi hermano Roberto, “del Ocho”; el técnico en tiros largos y como buen matemático, exacto en los toques. En la defensa estaba Roberto, “del Nueve”, excelente cabeceador y un as en el dribleo; el Peluquita, Miguel, por la pelada que ostentaba y quitaba la pelota suaveciiito…
Alberto, el Mudo, por lo hablador; talentoso y preciso para los tiros largos, hacia unas jugadas espectaculares “de laboratorio”; ahora entiendo porque llegó a ser médico. Edgardo, el Fideíto, por lo delgado, pero resistente y efectivo en la defensa; Juani, el Colorado, era el cañonero con una firmeza y ferocidad para meter goles realmente salvajes; el Chinche de Enrique, nuestro arquero, alerta casi siempre, pero a veces se entusiasmaba tanto, que se sentía cañonero y se llevaba la pelota hasta el centro de la cancha; si lo hubieran visto, cuantas veces lo amonestaron por hacer esa gracia, pero él era así; nadie lo haría cambiar.
Eduardo, el Ñeco, le decían así por abreviar “Muñeco” porque era poco agraciado el pobre; de rostro ancho y moreno, de cuerpo fornido con piernas torcidas y caminar raro; era el peso pesado del equipo siempre abriéndonos camino, en la defensa y ataque, ya se notaba sus cualidades de ingeniero, “arrasaba con todo”; Quico, el Pelao, hermano de Luz, andaba discutiendo continuamente por algo, ya por ese entonces mostraba dotes de abogado y marcaba como nadie el condenado; el Chino Mario, que entraba con todo al arco sólo para acaparar el interés de la tribuna; Abel, el Ojitos, era bueno con la zurda, se había ganado la chapa porque tenía ojos color caramelo y era muy apuesto, así es que era la ilusión de algunas chicas del barrio; principalmente de mi amiga Luz que andaba loquita por él y Walter, por ser muy pequeño estaba siempre en la banca, era el recogebolas autorizado del barrio.
Durante cada festival, tempranito nos repartíamos las tareas a cada uno de los miembros, las órdenes las daba siempre el tirano de Carlos, que no admitía negativas a nada ni a nadie. Felizmente teníamos a Alberto, quien siempre calmaba las aguas; salía en nuestra defensa tratando de sosegar y solucionar los problemas.
Nuestro club, influyo de alguna manera en la vida y futuro de sus integrantes, muchos llegaron a ser: médicos, profesores, ingenieros, escritores, catedráticos, abogados, dirigentes, entre otros. Habíamos aprendido a esforzarnos, a compartir responsabilidades, a trabajar en equipo, a dar soluciones, a cumplir metas y sobre todo a buscar el acuerdo.
Éramos un buen equipo, compinches cuando había que ocultar algo, como en cierta navidad, ya adolescentes, el vecino “del uno” nos proporcionó un pisco, y la vecina “del tres” nos regaló una guinda, que nos tomamos en la fiesta. Nadie se enteró de nuestras travesuras, es que nosotros teníamos vecinos que eran “nuestros incondicionales”.
Lo sorprendente era con qué facilidad Ana, había logrado que su mamá nos preparase con el
pisco un cóctel de algarrobina; haciéndole creer que era la donación de un brindis para la iglesia. Sí que Ana tenía suerte, porque la mía no se hubiera tragado el cuento tan fácilmente, seguramente que habría llegado hasta la iglesia, investigado con el cura Villalobos e indagado hasta con el sacristán, con tal de averiguarlo todo. Tenía el sexto sentido súper desarrollado, pues parecía predecir y se anticipaba, cuando alguno de nosotros se metía en problemas.
Mientras Luz, convencía a su mamá para que nos preparase sándwiches, que eran también donación para la iglesia. Mi hermano y yo habíamos recolectado todas las galletas, chocolates, caramelos y frutas secas que papá traía en las canastas navideñas. Y así, entre todos, suministrábamos lo necesario para armar un gran fiestón; en la casa de algún buen vecino ¡qué chévere!, y no se necesitaba “disc - jockey”, bastaba con poner varios discos juntos; para que vayan cayendo de uno en uno en la radiola.
Eramos aguerridos y trabajábamos en equipo, al igual que los tres mosqueteros: “Todos para uno
y uno para todos”. Como en el último festival que ganamos, fue fenomenal e impresionamos por la
buena organización, habíamos practicado tanto; aunque fueron difíciles los primeros partidos,
calificamos y pasamos a la segunda ronda. Y en la final, nos lucimos. Aunque de vez en cuando, alguno se revelaba e incumplía las reglas, pero ahí estaban Carlos o Alberto para ponerlos en cintura. ¡No faltaba más!
COMPRENSIÓN LECTORA DE OJITO NEGRO Y YO
Capítulo I
Capítulo I
1. El título de la obra podría ser reemplazado por:
A) Mi perro.
B) Mi barrio del Callao.
C) Ojito Negro, mi héroe.
D) El club “Once Amigos”.
2. La idea principal del primer capítulo es :
A) Lo mucho que se querían en el barrio.
B) La recuperación de Ojito Negro por Malena y sus amigos.
C) Describir el ambiente, situando al lector en el tiempo.
D) Expresar lo bien que se llevaban en el barrio.
3. Las palabras las Águilas de Zepita, los Aguerridos de Cochrane, los Leones de Loreto, se escriben con mayúscula porque son sustantivos:
A) Abstractos.
B) Comunes.
C) Concretos.
D) Propios
4. En la frase siempre calmaba las aguas; las palabras subrayadas significan:
A) Tenía el poder de tranquilizar las olas.
B) Que dan muestras de buena voluntad.
C) Tranquilizar los ánimos.
D) Que disculpan fácilmente errores o faltas.
5.- ¿ Quién narra el primer capitulo ?
A) Roberto
B) Alberto
C) Carlos
D) Malena
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